RINCÓN DEL 7 (2009-2010)

El fútbol es un virus que se contrae en los primeros años de nuestra más tierna (y cada vez más lejana infancia) y que lejos de curarse se va instalando en nuestro organismo hasta que finalmente, como si del más voraz de los parásitos se tratase, llega a convertirse en parte vital de nuestro cuerpo. Se va apoderando poco a poco de nuestras defensas para pasar al ataque y acabar conquistando la cima de nuestro existir, hasta controlarlo por completo. Se hace tan imprescindible que, quienes son inoculados con el veneno del balompié, cruzan la frontera que nos separa de la vida eterna, con los colores de su equipo favorito en el corazón y conceptúan la entrada en la sepultura, como si del túnel de vestuarios se tratara.
 
Normalmente somos contagiados por padres, hermanos, antiguos profesores y todos aquellos que llegaron a tomar parte activa en lo que fue nuestra educación, en nuestros primeros trotes por este mundo. Ellos y sólo ellos son los culpables de que la fiebre que sentimos cada siete días, la exacerbada impaciencia con la que esperamos los jueves o los viernes, cause estragos en nuestra manera de comportarnos a lo largo de la semana, hasta que el señor colegiado da por iniciado el partido semanal.
 
Tras un largo (larguísimo) periodo estival, donde como decía Roy Evans “lo mejor de los veranos es que nunca pierdes partidos”, nos volvemos a encontrar con una nueva oportunidad para dar rienda suelta a nuestra particular enfermedad en busca, junto a otros compañeros que también fueron contagiados en su momento, de esa medicina que haga aplacar nuestras ganas de vivir intensamente el deporte rey. Sin embargo, no somos conscientes de la magnitud del problema. El virus del que somos portadores hace que, lejos de aplacar nuestras ansias de tomar contacto con el balón, con el tiempo, ese deseo se haga cada vez más encolerizado y afecte, de modo irreparable a nuestras vidas. Asi, el otro día fui testigo de cómo esto tiene su consecuencia incluso en el ámbito familiar, cuando fui invitado a la casa de un amigo a comer y dispuso tácticamente la mesa en un perfecto 4-4-2. Sin salir de mi asombro, intenté levantarme a por una servilleta y me amonestó verbalmente por romper el esquema previsto.
 
Pues si amigos. Ya estamos aquí. Los gladiadores del tapete verde vuelven a su hábitat natural tras unas merecidas vacaciones. ¿Volverán, como las oscuras golodrinas, las huestes de los Blacks a campar por sus respetos en la moqueta verde? ¿Se consagrará Astilo como la alternativa más válida a una liga que el año pasado tuvo un sprint final trepidante? ¿Será Ulises el equipo irregular del año pasado, volviendo a protagonizar la remontada más espectacular que este Campeonato ha presenciado? ¿Seguirá la araña negra dejando destellos de su calidad?...En fin, interrogantes a los que habrá que empezar a dar respuesta a partir de ya mismo, en cuanto el árbitro (esa figura de la que decía Jose Luis Coll que el exponente máximo de civismo de un pais se mediría en cuanto se pudiera celebrar un partido sin ellos) arranque, a golpe de silbato, los precintos que custodian las fieras en las que nos ha convertido el dichoso virus infantil.
 
Bienvenidos pues a esta nueva edición de la Liga de Padres y Profesores de Retamar donde, ante todo, debe reinar el comportamiento correcto y el compañerismo dentro del terreno de juego, donde todos disfrutamos de nuestra común locura. Sigamos pues, dando pasos para continuar enfermando, pero juntos. Y es que al final, como comentaba mi admirado Bill Shankly “el fútbol no es sólo una cuestión de vida o muerte. Es algo más importante que eso”. Mucha suerte.
 

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